Ya no sueño con príncipes, ahora sueño
con ciudades. Ciudades plagadas de gente. Caras diferentes para ver todos los
días, sonrisas verdaderas al contrario que las sonrisas falsas que son el pan
de cada día. Sueño con ciudades en las que cada día tenga algo nuevo para ver.
Vivimos en una caja de zapatos y ya todos
nos conocemos las cuatro paredes de cartón. Sabemos si tiene algún agujero y
exactamente dónde está. Vivimos tan embutidos que nos es imposible no rozarnos
cada día. El roce hace el cariño. Pero el roce desgasta, desgasta las
relaciones entre unos y otros. El mundo es un pañuelo y nosotros vivimos en la
esquina más pequeña de este. Salimos a ver ciudades y nos imaginamos nuestro
futuro en éstas, hasta que volvemos a la realidad y alguien ha mojado nuestra
caja de zapatos, todo nos parece diferente y a la vez peor que el último día
que andamos por este cartón, casi deshecho, que necesita una mano de pintura.
Ciudades en las que nadie se conoce y se
puede empezar de cero. Ciudades en las que puedes soñar despierto y no dormir
nunca. Y cuando estás allí echas de menos tu casa. Echas de menos esas sonrisas
falsas, pero te das cuenta de que tu vida no sería la misma sin eso. Te das
cuenta de lo diferente que serías sin todo lo que has vivido entre esas cuatro
paredes. Y piensas que si todavía estuvieras allí, algún día la monotonía te
haría explotar. Te sentirías tan agobiada que ni el grito más agudo, ni el más
grave, ni el más alto te desahogaría.
Estamos atados como perros que no pueden
entrar en las tiendas. Somos coches clásicos a los que no sacan del garaje.
Somos cucarachas, todas iguales. Somos la monotonía de otros y la nuestra.
Somos claustrofóbicos en esta caja de cartón.