No lloro porque alguien me haya hecho daño, lloro porque no he sido capaz de darme cuenta de lo que iba a pasar. Muchas veces estamos ciegos, sordos, vivimos de ilusiones y de promesas que dificilmente se cumplen o que no llegan ni a eso. Y son esas promesas sin mumplir las que nos hacen daño, las que nos hacen llorar y replantearnos nuestra vida.
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